lunes, 7 de enero de 2008



La montaña que estaba escalando se desplomó y me dejo sepultada. Desde mi silla de trabajo miro al cielo por el ventanal abierto, percibiendo sobre mí las enormes rocas del derrumbe.

Observo el atardecer pensando que me costará volver a levantarme. Y quisiera desaparecer también; con todo lo negativo que pueda parecer la afirmación, porque casi no tengo ninguna fuerza que me empuje a confiar otra vez. Quisiera estar contigo, tener la oportunidad de verte y hablarte, y decirte que me ha dolido…

¿Por qué tuvo que pasar esto?. He estado tantas horas sin dormir que ya estoy exhausta. Y ahora. Sin haber pegado los ojos, veo otro día terminarse en la profundidad radiante y clara de un crepúsculo lluvioso.

Sin una pizca de ánimo para ponerme de pie, sin aliento, sin el deseo de estar aquí por un tiempo, pienso en ti, y tu imagen me asalta de nuevo y al momento me invade la congoja. ¿Si te has ido así, con qué clase de esperanza voy a seguir confiando yo? ¿Con qué clase de táctica estratégica?

Unas palabras de Juan Ramón Jiménez salen de mi boca de forma automática, sin que tengan relación exacta con lo que me pasa.

“…Y yo me iré… y se quedarán los pájaros cantando.

Y se quedará mi huerto con su verde árbol y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y pálido, y tocarán como esta tarde están tocando las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón de mi huerto florido y encalado mi espíritu errará nostálgico…

Y yo me iré…Y estaré solo. Sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido, y se quedarán los pájaros cantando”

Suspiro muy hondo en este instante como si con eso quisiera cerciorarme de que estaré bien tanto como lo estaba antes.

Giro la silla para mirar el jardín. Me impresiona y emociona ver a una pareja de pajaritos cobijándose del agua en un ramal de la bugamvilia.

Hay nubes muy negras que se hablan entre sí, con centellantes palabras, pero no es eso lo que ven mis ojos; es lo que ya no podré ver más, lo que mi alma desalentada por la triste y confusa sucesión de sentimientos no volverá a buscar más… Todo eso.

Es muy tarde ya… Hoy he hablado con mi familia, les he contado sobre tu repentina partida y todos comprendieron el porqué me comporté como lo hice los últimos días. Quise decirle toda la verdad a mamá, pero al verla tan interesada, no creí justo provocarle esa desilusión.

Antes de cerrar la ventana contemplo el exterior un poco más. Estoy contenta, porque lo he logrado y lograré siempre, vivir creciendo sencillamente.

Me estoy haciendo daño, lo sé, pero es básicamente para aumentar el autoconvencimiento de que ya no será jamás.

Una ráfaga de viento azota el aguacero en mi rostro. Otra ráfaga. Cierro la ventana, la cortina y me echo sobre mi cama descubierta.


Fragmentos modificados del “Sheccid”

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